domingo, 7 de octubre de 2012

PLUMA INVITADA: JAVIER QUEVEDO




 
PLUMA INVITADA: JAVIER QUEVEDO
 
 
 
Hace unos días terminaba la exposición de Carla Duval que durante el mes de septiembre han podido disfrutar todos los madrileños que han osado acercarse hasta la Casa de las Vacas, en el Parque del Retiro. Desde DISECCION-ARTE, hemos invitado a inaugurar nuestra sección de "Pluma Invitada" al escritor Javier Quevedo, para que nos cuente sus impresiones sobre la misma. Sus palabras como siempre, no tienen desperdicio. Las fotos también son suyas.
 
 
 
 
CARLA DUVAL: LA ARTISTA DETRÁS DEL DOPPELGÄNGER



¿Hay mayor estigma que la opinión pública te conozca sola y exclusivamente por "la hermana de"? Sin duda: que te conozca sola y exclusivamente por "la hermana de Norma Duval". Esa cruz le cayó en vida a la pobre Carla… Aunque justo es señalar que fue una cruz un tanto buscada, ya que su auténtico nombre era Guadalupe Martín Aguilera, y sin embargo decidió adoptar no solo el apellido artístico de su hermana, sino incluso un nombre que se aproximaba peligrosamente al nombre artístico de la otra. Con semejante punto de partida, a Carla no le quedó otra que convertirse en la sombra desangelada de su hermana: una vedette de voz algo menos que incapaz (baste con visionar el video de su canción Siempre en Youtube) y una actriz de recursos algo menos que limitados (no son palabras vanas: quien firma esto pudo verla actuar en la obra de teatro Brujas).

Así pues, cuando saltó a la palestra que aquella especie de doppelgänger de Norma tenía otra faceta desconocida (la de pintora), me temo que no fuimos pocos los que nos lo tomamos con escepticismo, cuando no a pitorreo. ¿Aquella era la siguiente jugada de Carla? ¿Aprovechar el tirón de un apellido ficticio para vender algo que jamás habría vendido como Guadalupe Martín Aguilera? ¿En serio aquella vedette de voz asfixiada tenía algo que ofrecer como pintora?
 
 
 

La respuesta a mi pregunta no llegó hasta la semana pasada, cuando pude visitar la exposición post mórtem en homenaje a Carla, que tuvo lugar en la Casa de Vacas del Retiro madrileño. Una visita con cierto componente incómodo (triste, si se quiere), al constatar lo fácil que es dejarse llevar por los prejuicios… y lo poco que sale a cuenta, en ocasiones. Y es que, apenas empezada la exposición, un texto en la pared nos deja claro que Carla contaba con formación en Bellas Artes. La primera en la frente. Claro que unas simples palabras no van a derribar años de prejuicios, de modo que seguimos caminando a la espera de lo peor. Y en efecto, nos lo encontramos, pues a los pocos pasos vemos una obra simple y muy imperfecta, por no decir pueril, en la que se distingue a una mujer de algún país sudamericano portando a un niño en brazos. Nos tragamos la risa al comprobar que se trata de una obra que dibujó la autora a los quince años. La segunda en la frente: no solo tiene formación, sino también vocación. De pronto, lo que era simple pasa a ser esforzado, lo imperfecto pasa a ser encantador y lo pueril pasa a ser deliciosamente ingenuo. De pronto, en definitiva, uno comprende que la exposición que había venido a ver no es la que se va a encontrar.
 
 
 

Debo admitir que no soy un gran entendido en arte, pero me atrevería afirmar que Carla tenía técnica. Y en algunas ocasiones, incluso cierta personalidad que podría haber explotado de haber tenido más tiempo. Lo vemos en esos autorretratos donde se muestra como cortesana, en ese retrato de su hermana Norma como una especie de Ana Bolena, en esas reinterpretaciones de obras clásicas, en esa puesta al día de los bodegones de toda la vida… Carla contaba con un bagaje que le gustaba deconstruir, salta a la vista, aunque me temo que su audacia y su espíritu travieso nunca llegaron a ganarle un pulso al respeto que en el fondo profesaba por esa herencia artística. Una lástima, pues intuyo que, si se hubiera desencorsetado un poco más, podría haber desarrollado una carrera cuanto menos curiosa.
 

Aun con todo, nos queda el consuelo de saber que nos dejó un puñado de obras estimables (que tal vez alcancen su máxima expresión en la famosa serie de caballos) y, sobre todo, la sensación agridulce de haber conocido un poco tarde a la mujer detrás de la sombra, a la auténtica artista detrás del doppelgänger. A Guadalupe.
 
 

 
Javier Quevedo Puchal (Castellón, 1976) es autor de las novelas El tercer deseo (Odisea Editorial, 2008), Todas las maldiciones del mundo (Odisea Editorial, 2009) y Cuerpos descosidos (NGC Ficción!, 2011) así como de la antología de nanorrelatos Abominatio (Ediciones Efímeras, 2010). También ha participado en antologías colectivas como Taberna Espectral (Editorial 23 Escalones, 2010), Los nuevos mitos de Cthulhu (Edge Books, 2011) Insomnia (Grupo Ajec, 2012) o Las mil caras de Nyarlathotep (Edge Book, 2012). Sus novelas han sido nominadas a premios como el Shangay, el Ignotus o el Nocte. Desde 2010 es miembro de Nocte, la Asociación de Escritores de Terror Españoles. También es autor de los blogs "La invasión de las ultracerdas" y "Walpurgisnacht"

 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario